lunes, 2 de diciembre de 2013

El valor y el miedo (Primer premio)

Comenzamos con la publicación de los ganadores del concurso de relatos de terror. La ganadora es Blanca Lázaro, de 1º de bachillerato, con "El valor y el miedo". Aquí está:



    Félix era un joven famoso en el pueblo por su gran valentía. En su grupo de amigos siempre destacaba por ser el más directo, dejando a los otros chicos inferiores frente a cualquier situación. Aunque eran buenos amigos, los demás chicos estaban hartos de su atrevimiento, y de que siempre los dejara a la altura del betún.

   Un día de verano, todos se pusieron de acuerdo para presentar a su compañero un nuevo reto que exigía mucha valentía. El mayor y más fuerte del grupo, Simón, le dijo a Félix: “Apuesto lo que quieras a que no te atreves a entrar en la posada abandonada de la colina.” Félix recordaba las leyendas que había oído sobre ese caserón de apariciones, ruidos extraños, y la desaparición de un grupo de excursionistas que no conocían la zona. Sin embargo, eso no le intimidaba en absoluto. “Apuesta pues lo que quieras, os demostraré de lo que soy capaz”.

    Aquella misma noche, los chicos subieron a la colina donde se encontraba la posada. Félix cargaba en su mochila con todo lo necesario para la aventura: saco de dormir, linternas, una navaja, y hasta un amuleto inca de su abuela que, según decía, ahuyentaba a los malos espíritus. Decidió llevárselo a pesar de que no creía en fantasmas ni en ningún tipo de criatura extraña.

    Cuando llegaron a la cima de la colina, se quedaron observando detenidamente el viejo caserón, sin habla. Muchos cristales estaban rotos, la fachada agujereada por el tiempo, y la vegetación se estaba comiendo la casa. Aparentaba estar completamente deshabitada. Félix tragó saliva y Simón sonrió: “Sabes que aún puedes echarte atrás.” Félix lo miró y dijo confiado: “Entraré.” Se dispuso a abrir la puerta, y Simón le replicó: “En ese caso, vendremos a primera hora de la mañana para ver si no has salido corriendo y nos contarás qué hay ahí dentro.” Sin más palabra, el grupo se perdió en la oscuridad y Félix encendió su linterna. La noche era clara. El joven empujó la puerta delicadamente y ésta cedió al instante. Un crujido sonó mientras la abría, y pensó que había estado cerrada durante años. El interior estaba oscuro, un largo pasillo con habitaciones a ambos lados. Las tablas de madera emitían a su paso un crujido semejante al de la puerta. 

   Se internó en la primera habitación a mano derecha, en la que solo había una mesa llena de polvo y una pequeña ventana sobre una cama vieja y húmeda. Félix depositó sobre ella su saco de dormir y se tapó con la manta. Se preguntaba qué había acabado con la vida de ese lugar, y pensó en la guerra instintivamente. A pesar del frío que hacía en el interior del caserón, le pareció que todo estaba normal. Pensó que las leyendas pueblerinas estaban equivocadas sobre esa posada, no había nada interesante allí. Con estas ideas en la cabeza, cayó dormido.

     Tras un sueño que le pareció eterno, abrió los ojos y advirtió una luz fuera, pero al mirar por la ventana aún era plena noche. Sin embargo, no era eso lo que le había despertado, sino un extraño ruido proveniente del pasillo. Parecía como si alguien estuviera arañando madera. Félix se levantó, cogió la linterna y fue a investigar. “Será algún animal atrapado”, pensó. Había cogido su navaja por si el animal estaba herido o quisiera defenderse. El ruido venía de la puerta de entrada, así que avanzó hasta ella y, sin pensar, la abrió.

    No había absolutamente nada. Extrañado, volvió a su cuarto para volver a dormirse, cuando le pareció oír un susurro de voces en una de las habitaciones. Pensó que, como en la puerta, se lo habría imaginado, pero las voces cada vez eran más cercanas. También le pareció oír pasos. Empezaba a pensar que no sería tan sencillo como imaginaba pasar la noche completa allí. Avanzó hasta el marco de la puerta de la habitación, y al asomarse, vio una luz encendida en la habitación del final del pasillo.

    Avanzó con cautela, recogió su saco de dormir y se echó la mochila a la espalda. Había decidido instalarse en otra habitación del margen izquierdo del pasillo que parecía más segura. No sabía que, fuera lo que fuera lo que habitaba aquella casa, lo tenía exactamente donde quería. Cruzó el pasillo con rapidez de una estancia a otra, observando que se había encendido de nuevo una luz. No se paró a pensar que el tendido eléctrico de aquella casa no funcionaba porque estaba abandonada.

    Una vez en la habitación, dejó su mochila en un rincón y tendió en el suelo su saco de dormir. Se introdujo en él y cerró los ojos con fuerza. Las voces, los ruidos y los pasos aumentaban de tono. Se estaban acercando. Félix, por primera vez en muchos años, tenía miedo de verdad. De repente, sonó una voz en su oído, que con un susurro le advertía: “No nos gusta tener extraños en casa…” Aquello le dejó helado. Era una voz fantasmagórica, idéntica a todas las que había oído en el pasillo. Deseaba con todas sus fuerzas que lo vivido esa noche solo fuese una horrible pesadilla.

    Fue entonces cuando abrió los ojos y se miró a sí mismo. Su cara estaba pálida y empapada de sudor, con unos ojos que experimentaban una gran sensación de terror. Y luego sonrió. Aquello sí que le heló la sangre. Su reflejo en aquel espejo le estaba sonriendo, y no era una sonrisa cualquiera, sino una sonrisa terrorífica, mostrando los dientes con una expresión demoníaca. Estaba perdido.

    A la mañana siguiente, como habían prometido, sus compañeros fueron a esperar a Félix en la cima de la colina. Una vez en la posada, sus rostros se llenaron de pánico, y rápidamente avisaron a la policía y a los vecinos del pueblo.

    Cuando llegaron, vieron a Félix tirado en el suelo junto a sus pertenencias y rodeado por los fragmentos de una teja rota. Al parecer, el deprimente estado del tejado de la casa le había buscado un mal final al joven. O eso creía la gente. También descubrieron que agarraba con fuerza un objeto en su mano derecha: un amuleto inca que, al parecer, ahuyentaba a los malos espíritus. Se lo llevaron en una ambulancia, pero de nada sirvió trasladarlo al hospital, ya que había perdido la vida.

    Los médicos le realizaron la autopsia, y tras varias pruebas, observaron asombrados que estaba perfectamente: ni un solo rasguño, ni golpes en la cabeza, ni problemas de salud. Más tarde, antes de comunicar el resultado, uno de los enfermeros reparó en la expresión de su rostro, que lo paralizó. Nunca les dijeron a los vecinos el verdadero resultado de la autopsia, pero la respuesta era muy simple: Félix había muerto de miedo.

    A partir de aquel día, la entrada a la vieja posada estuvo totalmente prohibida, con un cartel que decía: “PELIGRO POR DERRUMBAMIENTO”. Solo Félix conocía el verdadero peligro de aquella casa. Y ojalá que nadie más lo averiguara. Sin embargo, los espíritus que la albergaban sabían que, con el paso del tiempo, algún otro joven intrépido entraría en ella por alguna razón y entonces la leyenda volvería a salir a la luz.

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