martes, 3 de diciembre de 2013

Segundo Premio: Bendita maldición

Tras la doble ceremonia de entrega de los Premios de los Relatos de Terror de la Biblioteca del IES Salvador Victoria (véanse las fotos), procedemos a la publicación del segundo de los textos premiados. En esta ocasión se trata de Bendita maldición, de David Garcés, de 4º ESO A.











   “Bendita maldición”, ésa es la última frase que leímos de mi abuela, la única nota que dejó antes de quitarse la vida. Nadie lo entendió, todos pensábamos que era feliz y fue una tragedia . Pensar que el día anterior había hablado con ella a la salida de el instituto... aún no me podía creer que se hubiera suicidado, era feliz me lo repetía una y otra vez. Seguí yendo a casa de mis abuelos, pero ya nada era lo mismo sin ella. Mi abuelo entró en un estado depresivo, nunca aceptó su suicidio, se repetía constantemente que todavía estaba viva en un intento de compadecerse a sí mismo. Ese pensamiento le llevó a ir a “El Carmen”, todos los días la visitaba en ese cementerio, también estaban enterrados allí sus padres pero nunca los visitaba siempre iba a su lápida, dejaba las flores y al retirar las ya marchitas cogía una rosa muerta y la ponía encima de unas notas que llevaba diariamente. Nunca nos dejó verlas ni quisimos hacerlo, hubiera sido tan fácil ir al cementerio y mirar lo que había escrito, pero nunca lo hicimos simplemente respetamos su decisión, lo vimos como una forma de comunicarse con ella, un modo de intentar darle vida como si ella pudiera verdaderamente leerlo. Pero no era así, nunca fue así, ella ya solo era un recuerdo de un día mejor.
    Siempre pensé que él actuaba así no por su muerte sino por la forma de quitarse la vida, mientras mi abuelo dormía bajó al primer piso y cuando nadie la vio empapó su ropa con aceite. Solo fue necesaria una cerilla y todo acabó. Quizás era por eso que su recuerdo estaba tan vivo, cuando la encontramos todavía estaba ardiendo. Su piel se había derretido mientras moría lenta y dolorosamente, solo quedaron sus huesos, por eso tomaron la decisión de simplemente enterrarla. Incinerarla habría sido demasiado duro, ver sus cenizas cada día y pensar que así acabo su vida... no creo que mi abuelo lo hubiera aguantado, ni él ni nadie, nos habría vuelto locos a todos.
    Los días pasaron, las semanas y los meses y cada día se deprimía más y más por la muerte de su esposa hasta que llego el momento fatídico. Como de costumbre pasé por su casa al salir del instituto, antes me gustaba ahora simplemente iba porque mis padres me lo pedían pero no era lo mismo, intentaba sonreír pero su rostro rápidamente se llenaba de lagrimas, pasaban las horas y nunca hablábamos de nada simplemente mirábamos la televisión para tratar de evitar conversaciones inoportunas. Un día mas como cualquier otro se presentaba, un día de sonrisas falsas y horas muertas, pero esta vez no fue así. Llamé al timbre una dos y tres veces y al no obtener ninguna respuesta saqué la llave que llevaba en un bolsillo de mi mochila, abrí la puerta y la imagen que vi me congeló por completo. Él estaba tendido en el suelo con un cuchillo clavado en el corazón, me quedé horrorizado al ver esa imagen, salí corriendo de la casa y llame a mi madre por teléfono. Intenté contarle lo que había pasado pero solo era un niño, estaba demasiado nervioso, mi voz se entrecortaba con las lágrimas, mi madre trataba de tranquilizarme pero no podía hacerlo, esa imagen me perseguía no podía olvidarlo así que simplemente intenté respirar profundo como ella me decía y le dije como pude “El abuelo...” . Me dijo que no me moviera de allí y colgó, supuse que hablaría con su jefe y vendría pero cómo podría quedarme parado sabiendo que mi abuelo estaba dentro, muerto, no podía creérmelo... Ayer había hablado con él y no parecía que fuera a hacer algo así. Tras unos cuantos minutos llegó mi madre en su coche, intentó ser fuerte y no llorar pero no pudo evitarlo, me abrazó y nos echamos a llorar. Ninguno de los dos creía lo que acababa de pasar, sabíamos que estaba triste pero no para llegar a ese punto, intentó que no pensara en ello, me preguntó como me había ido el día en el colegio, que había hecho, intentando quitarle importancia, pero la realidad era la que era: mi abuelo se había suicidado.
      Entramos a la casa y la imagen era todavía mas macabra si cabe, el suelo estaba empapado de sangre. Murió rápidamente, al menos eso era un consuelo, pero al clavarse el cuchillo en el corazón perdió mucha sangre. Estábamos horrorizados por la imagen, intentaba no mirarlo, era demasiado duro, pero no se porque, quizás por esa picardía de la juventud, echaba vistazos fugaces a su cuerpo hasta que vi que como mi abuela también él dejó una nota, la llevaba en su puño izquierdo arrugada y con grandes manchas de sangre, algunas palabras eran ilegibles, estaban empapadas y la tinta se había emborronado, lo único que pude leer fue: “Amada, las sombras en las que vivo son infinitas pequeñas flores blancas que nunca te despertarán, de allá donde el coche de la tristeza te ha llevado los ángeles no tienen pensado devolverte ¿Se enfadarán si me reúno contigo? Entre las sombras pasaré, mi corazón y yo hemos decidido acabar con todo, pronto habrá velas y oraciones tristes lo se. Dejaré que no haya lágrimas, dejaré que sepan que estoy feliz de irme”.
      El resto no se podía leer, había unas cuantas frases mas y intuí que finalizó con la misma frase que mi abuela, “Bendita Maldición”, pero nunca lo supe, solo era una imaginación, ya nada podíamos hacer por él y la imagen era verdaderamente repugnante así que nos limitamos a salir de la casa, avisar al tanatorio y llamar a los familiares, no podíamos hacer nada más, era triste pero cierto, ojalá hubiera sido de otra manera. Le dimos un entierro cristiano, nadie en mi familia era creyente pero supongo que era reconfortante pensar que habría algo mas tras su muerte, que tendría “otra vida”. Pensar que después de la muerte no hay nada, que todo se acaba, que es la destrucción total, quizás todavía no lo podíamos asimilar. Con mi abuela habíamos hecho lo mismo y desde mi inocencia siempre esperé que así fuera, que ciertamente hubiera algo después de morir.
    Pero el tiempo pasa y las heridas se cierran, al principio les llevábamos flores a ambos, estaban enterrados juntos como ellos querían pero los días pasaron, los meses, los años... y con el tiempo paso a ser mas una tradición que un recuerdo. Yo empecé a no ir a visitarlos y mis padres finalmente solo los visitaban el día de “Todos los Santos”, aunque algunos años no iban ni por esa fecha. Intentábamos justificarnos a nosotros mismos diciendo que llevábamos una vida muy ajetreada y nos era imposible ir a sus tumbas. Continué mi vida y acabe mis estudios en el instituto, nunca pude presumir de mis notas pero si fueron lo suficientemente buenas para permitirme aprobar sin demasiado esfuerzo. Aún recuerdo el ultimo día de clase, me dieron las notas y fui entusiasmado a contárselo a mis padres, había aprobado, pero no se cómo ni por qué acabé en la puerta de mis abuelos. Hacía mucho que no pasaba por allí, desde la muerte de mi abuelo. Supongo que mi subconsciente me traicionó y me llevó allí, quería contárselo, estaba feliz, quería compartir ese momento pero ellos no estaban, hacía demasiado tiempo que ya no estaban. Cuando él murió simplemente cambié mi ruta para ir a casa, no quería pasar por su puerta, no quería recordar pero no me moví de allí, estaba simplemente quieto frente a su puerta con un sinfín de pensamientos. Podía ver sus muertes parecía tan real, solo era un niño pero recordaba hasta el último detalle. Quería irme pero no
podía quitar la mirada de esa funesta casa, seguía igual que siempre, nada había cambiado, las paredes, la puerta, todo estaba como el último día, simplemente la cerraron para siempre. Mis padres nunca quisieron usarla ni venderla, no se si fue por miedo a que la gente pensara que era una “casa encantada” por las muertes que había vivido, como si de una película se tratara, ojalá solo hubiera sido una casa encantada, ojalá... Estuve pensando unos minutos más y simplemente me fui a celebrar mis notas con mis padres intentando dejar esos pensamientos atrás.
     No volví a saber de aquella casa en muchos años, nunca la nombrábamos, todos pensábamos, aunque solo fuera fugazmente, en ellos pero simplemente nos lo guardábamos para nosotros mismos. Encontré trabajo en un pueblo cercano a Valladolid y me mude allí con mi pareja dejando atrás todo, mi familia, mis padres, mi amigos, fue una etapa de mi vida maravillosa nunca lo negué pero tocó a su fin. Tenía un trabajo estable y quería comenzar a pagar una casa para poder tenerla en unos años, todo transcurrió con normalidad, mi pareja y yo teníamos una muy buena relación y en el trabajo me iba francamente bien, los años pasaban y todo iba fenomenal, hasta aquel 25 de octubre. Estaba en casa de la familia de mi pareja cuando nos llamaron diciendo que mi padre estaba muy grave en el hospital, nos disculpamos y salimos corriendo para ver a mi padre, no nos habían dado apenas explicaciones pero tenia miedo a perderlo, sabía que era mayor y podía tener cualquier problema y morir, pero esperaba que no fuera nada simplemente un susto, tras unos días volveríamos a casa y todo seguiría con normalidad. Llegamos a su habitación y mi madre estaba llorando sin parar, él la intentaba consolar, todavía no sabía que pasaba así que me limité a abrazarla y consolarla un poco. Cuando ya estuvo un poco más calmada me contaron lo que pasaba, mi padre tenía un cáncer de páncreas muy avanzado y no había ninguna cura, iba a morir la pregunta era si en unas horas, días, semanas... Lo único que podíamos hacer era estar con él hasta el final. La primera noche mi madre estuvo con él porque yo no sabía nada pero esta noche me quedaría yo. Mandé a mi pareja y a mi madre a casa, de nada servía que estuviéramos tantas personas allí. eso no iba a solucionar nada y mi madre a su edad debía descansar. La primera noche transcurrió bien, apenas pegué ojo pero él parecía que descansaba y se recuperaba, el final iba a ser el mismo pero quizá así podríamos disfrutar un poco mas de él, ojalá. Por la mañana vino a relevarme mi novia y yo me fui a descansar un poco, no pude dormir, debía estar atento por si pasaba algo así que me fui a casa y descanse un poco.
    Así trascurrieron los días siguientes, nos intentábamos turnar mi novia y yo para cubrir las 24 horas, aunque era matador y alguna mañana se quedaba mi madre con él, pero tras unos días no pudo mas y murió. Estaba con él, intentaba dormir y yo estaba leyendo un libro en esas horribles butacas del hospital, no parecía que le pasara nada simplemente dejó de respirar, me enteré de su muerte horas mas tarde cuando una enfermera vino a cambiarle el gotero, en ese momento no podía creérmelo. Habíamos hablado de ir a Madrid a un restaurante que le encantaba para celebrar su salida del hospital, solo hacía unas cuantas horas de eso y ahora todo se desvanecía. Un sentimiento de culpa me embargó, no lo había visitado apenas estos últimos años y ya nunca mas podría hablar con él, no pude mas me eché a llorar y salí de la habitación, llamé a mi novia y a mi madre y les conté lo que había pasado, no tardaron más de media hora en llegar. Cuando estuvimos todos nos dieron el pésame y nos preguntaron que queríamos hacer con el cuerpo, lo único que pudimos hacer fue enterrarlo y después de aquello cada cual intentó seguir su vida, cada cual volvió a su casa y todo continuó igual para todos excepto para mi madre, la muerte de mi abuelo había sido un detonante para la depresión latente que tenia lo cual la llevó a empeorar su salud, comenzó a “dejarse llevar” hasta tal punto que no podía hacer ni su propia comida. No podía seguir así, cada vez estaba peor, así que decidimos internarla en una residencia de ancianos. Era lo mejor allí la cuidaban y la trataban bien, íbamos a verla de vez en cuando y la verdad es que se le veía realmente feliz, aunque era insostenible, era demasiado caro, sus ahorros se acabarían pronto y eran casi 2000 euros mensuales que no podríamos permitirnos cuando ella ya no tuviera dinero. 
     Solo había una manera de hacer frente a los pagos... debía vender la casa de mis abuelos. Mis padres nunca quisieron pero no había otra manera. Había que limpiarla a fondo, debía quitar todos los cuadros, empaquetar los recuerdos... todo, sabía que no seria fácil pero sí necesario, ya estaba decidido al día siguiente iría a su casa y comenzaría a limpiar. Hacía años que no pasaba por allí, desde mi último día en el instituto pero las circunstancias lo requerían. Me desperté temprano y fui rápidamente a la casa, la fachada tenía la pintura desconchada y la puerta estaba llena de hojas y polvo, nadie la había limpiado hacía mucho y por dentro era todavía peor. La casa estaba llena de telarañas, polvo, humedades.... me esperaba un largo trabajo, aunque lo primero era airear la casa y pintarla entera. Me llevó unos días y cada vez era peor, no me importaba trabajar pero los pensamientos que me asaltaban cada vez que pasaba por donde habíamos encontrado a mi abuelo, o cuando tuve que pintar la pared todavía quemada de mi abuela... me estaba volviendo loco y no mejoró cuando tuve que empezar a quitar sus cuadros y fotografías, todo me recordaba a ellos así que decidí dejar eso por un tiempo y empezar por la cocina, tirar todo, guardar los platos... 
    Había muchas cosas que hacer, todo era comida caducada de hacia años y los platos y vasos estaban para tirar, la mayoría estaban resquebrajados o simplemente rotos, aunque mientras recogía encontré algo extraño dentro de un frasco cerrado. Había unas hojas de lo que parecía perejil y tenia una pequeña nota pegada en la que ponía “Ambrosía, Bendita Maldición”, la frase que me había perseguido durante años junto con una palabra desconocida aun para mi “ambrosía” quizá eso podría decirme algo más de la muerte de mis abuelos, así que deje todo tal y como estaba y me marché a casa para intentar recopilar un poco más de información de mi hallazgo. Cuando llegué saludé a mi novia y le dije que tenia que buscar una cosa para el trabajo, aun no la quería alarmar porque no sabía siquiera si tenia importancia. Navegué por varias páginas y acabé en la típica “Wikipedia”, pero lo que encontré me heló la sangre. Según la mitología griega era el alimento de los dioses y su significado era “inmortalidad”, en cada sitio encontraba una cosa que se contradecía con la anterior, no sabía ya que creer lo que estaba claro es que era solo una leyenda. No era real, no era posible, si fuera así mis abuelos no estarían muertos ahora mismo, pensé intentando convencerme, pero solo había una manera de comprobarlo así que cogí una de esas pequeñas hojas y la tragué como pude. Nada cambió, todo seguía igual, tan solo fue una broma de mal gusto, así que seguí mi vida tal y como hasta ahora, terminé de limpiar la casa y la vendí a un precio bastante aceptable, lo que permitió que mi madre terminara su vida en la residencia. Llegó a un punto en que el Alzheimer acabó con ella, un día te conocía y al siguiente ya no, hasta que llegó su muerte. Quizás esté mal decirlo pero no sufrí tanto como con mi padre, era ya una anciana y sabía que este momento iba a llegar, esperaba su muerte, así que fuimos al cementerio y la enterramos. 
      Mis familiares me dieron el pésame y todo siguió igual, le tenía cariño a mi madre pero la residencia nos había distanciado mucho, al final apenas la veía así que tampoco me importo demasiado. Continué con mi trabajo, con mi vida... pero duró poco. Como siempre algo dio un nuevo vuelco a mi vida, pensaba salir con mi mujer a cenar una noche, estaba radiante y yo también intente prepararme lo mejor que pude para la ocasión, cogimos el coche y fuimos a un restaurante cercano que a ambos nos gustaba, cenamos, nos divertimos, bebimos, fue una noche maravillosa. Cogimos el coche y volvimos a casa pero yo estaba muy bebido y aunque le decía que si podía conducir no era cierto, a tan solo unos minutos de casa chocamos contra el guardaraíl y no llevábamos el cinturón. Ella salió por la luna del coche y acabó a varios metros, lo único que “agradezco” es que murió en el acto. Yo me clave los cristales que se habían desprendido del impacto y me desangré, ambos morimos en ese accidente, la única diferencia es que yo puedo escribir mi pasado y como llegue aquí, al final tenían razón mis abuelos proporcionaba la inmortalidad. Mi cuerpo murió en ese accidente, ya no cumplía las funciones vitales, pero yo seguía sintiendo.
    Mi cuerpo es débil mi corazón no bombea sangre y mis manos apenas me dejan escribir estas últimas palabras, estoy atrapado entre un amasijo de hierros, pronto llegarán los bomberos me sacaran y encontraran a mi mujer, nos enterrarán y darán el pésame a nuestros familiares, siempre la misma historia, pero yo tendré que vivir eternamente con esta maldición. Mi cuerpo se descompondrá, hasta que solo queden mis huesos, estos den paso a las cenizas, las cenizas al polvo y el polvo a la nada. Mi cuerpo ya no existirá físicamente pero yo os recordaré toda la eternidad: abuelo, abuela, papá, mamá, mi dulce mujer... seréis mi dulce tormento durante toda la eternidad, ahora os entiendo abuelos era demasiado duro saber que viviríais para siempre y queríais ponerle fin a todo, dejar de pensar, de sentir, de existir... Pero os condenasteis a la misma pena que yo, saber que nunca vas a morir, que podrás hacer lo que quieras, que pasarán los años y seguirás allí, es una dulce bendición ¿verdad? Pero luego los deseos no se cumplen, el cuerpo sigue su camino, envejeces y te vuelves más débil, tu cuerpo muere y ya solo te queda pensar, sufrir para siempre, por eso nunca aceptaste la muerte de la abuela ¿verdad? Ella nunca murió, todavía sigue viva condenada a la misma pena que nosotros dos, a la misma maldición, solo nos queda ya el sufrimiento durante toda la eternidad, no tengo fuerzas para seguir mi mano ya apenas responde, mi cuerpo a muerto, yo viviré eternamente, Bendita Maldición.

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