Constituye una inmensa alegría poder conceder el Premio Especial de la Biblioteca al relato Secretos guardados bajo mano, escrito a cuatro manos (nunca mejor dicho) por nuestras compañeras Isabel Cuesta (Lengua castellana y Literatura) y Esperanza Miravete (Ciencias Sociales), que firman como "las damas de la torre caída"...
Se dice, se cuenta, se oye… que en un frío pueblo de una provincia inexistente, donde nadie se quitaba los guantes, ocurrió un extraño suceso.
Poco a poco, y sin que la gente apenas se diera cuenta, en las orillas del río se empezaron a acumular unos pequeños residuos. Al principio apenas era perceptible, tan solo unas docenas, pero más tarde se convirtieron en cientos, miles… formando pequeñas montañas pardas. Los aldeanos, preocupados y alarmados por el nauseabundo olor que aquellas “cosas” emitían, decidieron bajar al cauce para averiguar qué era. El más audaz cogió unas muestras en una probeta para llevarlo a analizar a los laboratorios Plumed, situados en la ciudad. El diagnóstico fue rotundo: se hallaban ante restos de uñas; uñas humanas.
En el pueblo cundió el pánico. ¿Cómo había llegado hasta ahí esa ingente cantidad de uñas? Un grupo de valientes hombres, liderados por el alcalde, se propuso remontar el río para encontrar el origen de estos… desechos. Así llegaron a “Los Ojos”, una surgencia natural. De los diez expedicionarios solo volvieron nueve. Los hombres alegaron que se había perdido, ya que esta zona se hallaba ahora inaccesible y anegada por el barro. Inmediatamente, prohibieron el paso a todo vecino.
Al día siguiente, a la altura del molino, el cuerpo inerte del hombre apareció flotando en el agua. Estaba desnudo y con las pupilas desorbitadas; pero lo más inquietante eran sus manos: le faltaban todas las uñas.
Cuando las campanas daban las tres, las manos enguantadas de los hombres sacaron a aquel infeliz del agua, descubriendo una extraña inscripción tatuada en la palma de la mano. Decía así: “Oculum per oculum; ungula per ungula”.
Como nadie conocía el significado de estas palabras, las mujeres fueron a preguntar a una nonagenaria ciega que vivía sola en una casa de las afueras. Ella les estaba esperando; les dijo que era el castigo que los hombres de este pueblo merecían desde tiempos inmemorables.
Fue en el siglo XVI, valiéndose de la Inquisición, unos hombres pudientes condenaron a unas mujeres por negarse a yacer con ellos o valerse de un varón para vivir. Ofendidos, llamaron al Justicia y declararon que éstas hacían conjuros al diablo y otras argucias. Su mera palabra fue suficiente. En los fríos sótanos del ayuntamiento fueron atadas y torturadas, arrancándoles una uña por cada día que no confesaban su vinculación con el Maligno. Finalmente, tras veinte días de agónico sufrimiento, sus cuerpos ardieron en la hoguera; pero ellas habían jurado venganza. Durante siglos sus almas habían vagado por el pueblo extirpando incansablemente las uñas de los hombres que trataban de forma injusta a las mujeres. Tal había sido su trabajo y su tesón que uno de los ojos del río había llegado a colmarse.
Se dice, se oye, se cuenta, que bajo los guantes de estos aldeanos se encuentran unas manos deshonestas, terminadas… no en dedos, sino en muñones.
Las damas de la torre caída
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